Tanto la experiencia de la revolución mexicana, en los primeros años del pasado siglo, como el ideario derivado de la revolución rusa de 1917, se convirtieron en el leit motiv de la pintura mural de Diego Rivera.
Los muralista mexicanos renegaron de la estética europea en la que se habían formado, del elitismo del óleo de caballete -propagaban- para inaugurar una pintura hecha sobre la argamasa de las paredes de los edificios, que, a su vez, empezó a configurar una estética específicamente latinoamericana. En la fotografía, una comunidad autóctona, prehispánica, tiñe y decora una serie de telas.